Su belleza, ingenio y gran sentido del humor conquistaron el corazón del rey. Su buen corazón, falta de codicia (le pidió al rey 400 libras anuales, recibió 4.000 el primer año y varias propiedades) y su generosidad con los pobres le granjeó el cariño del pueblo, que la veía como una igual. Su historia recuerda a la de la Cenicienta.
Nellie amaba realmente al rey y le fue fiel. Tuvo dos hijos de él pero solo sobrevivió uno. No pidió un título nobiliario para si misma como las otras amantes, aunque consiguió sutilmente un título para su hijo. En una visita que les hizo el rey ella llamó al niño con estás palabras: “ven aquí pequeño bastardo”. El rey horrorizado la reprendió y ella le contestó “¿cómo quieres que le llame si no le has dado nombre?”. Le concedió el Condado de Burford.
Fue la única amante de Carlos II a la cual la reina, Catalina de Braganza, sentía simpatía. El rey en su lecho de muerte le pidió a su hermano que se ocupara de ella y no la dejara pasar hambre. Dos años después de la muerte de Carlos, Nell sufrió una embolia que la dejó postrada en la cama hasta que murió de un segundo ataque. Tenía 37 años. Fue enterrada en la Iglesia de San Martin-in-the-Fields, en la esquina de Trafalgar Square, Londres. A su entierro acudió una multitud para despedirse de la “naranjera” pelirroja que se convirtió en la cortesana del rey. El funeral fue oficiado por el futuro arzobispo de Canterbury.
No será recordada como otras cortesanas por sus servicios al país ni por sus intrigas palaciegas. Nellie pasó a la historia por sus agallas, su elocuencia y su encanto.